Perros de Niebla: Rodrigo, si hay futuro
Ecos de un pasado ignorado.
"Ahora Toño se encuentra en el pabellón San Rafael del Hospital San Vicente de Paúl. Un pabellón de guerra que se mantiene rebozado de heridos y futuros muertos, víctimas de una guerra desproporcionada, que sin frentes definidos camina día y noche las calles de Medellín. Un martes, hace ya tres meses, le pegaron un changonazo cuando se iba a subir a un colectivo en el barrio. El tiro de regadera le perforó el vientre, y lo puso a bailar entre la vida y la muerte. A sus veinte años Toño ha frentiado muchas veces la muerte, pero nunca la había sentido tan cerca. Sabe, aunque no lo diga, que este es su final."
Alonso Salazar J. - No nacimos pa’ semilla.
Para el cine colombiano, la violencia ha trazado un tema que ha nutrido a sus personajes, paisajes y tesis, como una base argumental de la cual no se puede escapar, sin importar la región, las fronteras o los barrios. La violencia la vemos en todos los rincones, así decidamos ignorarla en nuestros barrios, localidades y alrededores, siendo este el enfoque que nos atañe para hablar de la ópera prima de Andrés Mossos: 'Perros de Niebla'.
Bienvenido a la jungla de concreto.
Rodrigo D No Futuro (Víctor Gaviria, 1990), La Playa D.C (Juan Andrés Arango García, 2012) o Los Reyes del Mundo (Laura Mora, 2022), son ejemplos que podemos utilizar para reflejar que durante tres décadas distintas, ese espectro de la violencia sigue estando presente, ya sea en las urbes o por fuera de estas, donde el personaje principal va a tener que elegir si rechazar o entender los códigos del lugar que habita para lograr sobrevivir.
Ahora, en Perros de Niebla se nos narra la historia de Juan, un joven de bajos recursos que se debate entre su pasión por el graffiti y el trabajar con la banda criminal a la que pertenece su hermano, la cual ve amenazada su reputación en el barrio. En medio de lo que permanece de su familia, su único amigo, su perrita y su amor fallido, Juan intenta evitar este círculo de violencia que lo calma como suyo.
De entrada se puede decir que hay sinceridad, tacto y entendimiento por los temas que se hablan por parte de todos los implicados, puesto que desde su montaje inicial, donde vemos la guerra en Colombia enlazada con la vida urbana, nos ubica en una de las tantas caras que tiene la ciudad capitalina: Bogotá es una jungla de concreto, dónde se pelea por medio del arte o con el plomo del "fierro".
Y no es para menos, pues en los primeros minutos vemos como el barrio, con graffitis, tiendas esquineras y cerca a la montaña, es impactado por una imagen de pesadilla que sirven de mal presagio: Un árbol con perros colgando de sus ramas. La guerra y la violencia sigue estando en el barrio, solo que lucha por estos muchachos que quieren un futuro, un tema que, como se plantea al inicio, no es innovador, pero la manera de sufragar por estos rincones a partir de la visión y compromiso del equipo, hace que se sienta importante y refrescante.
Alternativas en el territorio de la sangre y el plomo.
En el 2023 tuvimos la oportunidad de reseñar Un Varón (Fabián Hernández, 2022), película que retrata como las sociedades criminales de las calles se rigen bajo un ideal machista que impera como ley y orden, un tema importante dentro de una realidad que empieza a ser consciente de dichos códigos, y de los cuales Perros de Niebla es consciente también: Un hombre es aquel que tenga un arma, que tenga poder a través de propiedades, que sea capaz de matar sin dudar, mejor dicho, que sea serio con sus asuntos y no joda al resto.
A Juan se le da la opción de tener un futuro en medio de la banda del barrio, pero su verdadera pasión, el graffiti, no es sencilla de dejar atrás, y es en medio de esa cruzada que quiere establecer un balance entre ambas: usar el dinero para financiar sus latas y dejar de plasmar sus dibujos en papel. El arte alimenta el alma, mientras que la violencia la oscurece.
En este sentido, la película cumple en sus sentidos estéticos, pues tanto el arte urbano como la violencia logran convivir en armonía durante la película, dándole un valor de producción a la película que es justa, pues cada escenario tiene una vibra que resulta familiar, como retazos de memorias vueltas ficción. Hay respeto y hay equilibrio, al igual que las dos caras de la moneda que Juan maneja, artista y criminal.
¿La sociedad forja a sus habitantes o estos son libres? Pareciera que la primera opción es más viable, pues nuestros personajes habitan su hogar, “parchan” en la azotea, pero de fondo hay un ruido ambiente que envuelve toda la película: Las balas claman almas, como si fueran campanadas, que toca la muerte a sus víctimas antes de reclamarlos como suyos, como un anuncio de aproximación. ¿Cómo crecer en un ambiente violento sin caer en sus garras? Mejor aún, ¿el arte es una salida a ese ciclo o solo un supositorio para esquivar lo inevitable?
Una tierra realista con bordes mágicos.
La película da luz a las preguntas planteadas desde un lugar no tan común en estas historias, pues a pesar de que se presenta como misterioso, dudoso, agradable y familiar, es también subversivo a la misma narrativa canónica de la misma, casi como una expresión de firma en un mural de los barrios populares de la ciudad.
El uso de elementos fantásticos en una historia netamente realista crean una dicotomía, que crea un punto de inflexión que puede gustar o disgustar, pues se siente como una relectura de esos espacios y la relación de los personajes con los mismos, así como un elemento visual y narrativo que no tiene cavidad en medio de la violencia, siendo este un clamor visual de la misma tierra que está de testigo de la niebla que se cierne en las calles y avenidas por la que surcan estos jóvenes.
Es así que el agua, el monte, los animales y la naturaleza, se siente como un puente de conexión con lo perdido, con aquellos que se fueron, con aquello que solía ser el barrio, con aquello que solía ser la infancia, pero que ya no es, y es admirable, pues nos coloca en contexto con la forma en la que se realiza la película: Con cariño, con lo que tenemos, con los nuestros y para los nuestros, o como bien se coloca al inicio de la película misma: "Para mis perrxs".
¿Tiene esto un sentido o es un escapismo? Al inicio de la reseña se encuentra un fragmento de ‘No Nacimos pa’ Semilla’, libro que retrata la desesperanza y violencia en los años 80 en Colombia, y no solo sirve como paralelismo con esta película, pues la historia de Toño, de Rodrigo, de Juan, solo son unas pocas en un mar de muertos y sobrevivientes que se trazan en las calles, las tierras y los muros de todo un país, y a veces, son los que perduraron más tiempo en imágenes y letras que en vida propia. No es escapismo, es confrontación por medio de un grito ahogado que dura lo mismo que una lata, que diseñar una imagen, que limpiar la casa, que bailar solo para sentirse vivo al lado de una hoguera, que soñar con pintar la ciudad y darle vida, y lastimosamente también, que una puñalada y un tiro.
La película es valiente de reflejar esos espíritus perdidos en medio de una cascada ensordecedora, que recoge los momentos de más claridad entre los personajes y que de alguna forma da paz a los y refugio a quienes entran, a contraposición del caos de la ciudad y sus laberínticas calles y rutas, donde la moneda diaria es la vida de otra persona. Y sí, quizás desde la sinopsis sabes que hay una historia canónica, sin puntos de giro brillantes, pero que desde su realización resulta no solo entretenido, sino convincente, sin caer en lo petulante o bizarro. Es sincera, es real, pero lo más importante, es esperanzadora.
Quizás, quizás, quizás.
Las memorias, los momentos, los problemas, los amores, los sueños, las promesas, las mascotas, la sangre, las balas, la montaña, el río, todo lo que compone ese paisaje conocido queda atrás, y quizás, sea para bien, quizás es el camino a seguir, quizás es lo que necesita el cine nacional en este momento.
A pesar de sus ‘errores’ que derivan de una búsqueda estética, de una respuesta presupuestal y lo estructural de una narrativa dentro de este género tan vastamente referencial, Perros de Niebla resulta una película que logra conectar con esas realidades y pensar en esas zonas de Bogotá que, a pesar del ruido de la ciudad, siguen en pie de guerra, que los jóvenes de hoy quieren un futuro (que lastimosamente las generaciones previas lograron arrebatarle a muchos), y lo más importante, que la esperanza, aquella que se marca en las paredes de los barrios y se posiciona como arte, como firma, como declaración de “existo, aquí estoy”, sea la maleta de carga que se necesita para romper ese ciclo que se repite entre víctimas y victimarios, y quizás sea de ensueño, pero al menos es una luz en un panorama que ha sido marcado por mucho tiempo como desalentadora.
Por lo tanto, desde su técnica hasta su narrativa, se convierte en un aire fresco frente a una seguidilla de proyectos, tratamientos y formulaciones referentes a estas temáticas, las cuales ya están llegando a su tope de perfección y agotamiento, o en otras palabras, una muerte que se anuncia como renacimiento y evolución de otras vertientes e historias.
Perros de Niebla tiene su valor en reiterar a su audiencia que siempre que recordemos lo que nos importa, eso nos va a dar la guía para forjar nuestro camino, así empecemos de cero, así nos perdamos en el panorama tan saturado y contradictorio que yace detrás o enfrente nuestro, en las opiniones y las expectativas que nos colocan los demás, en los sueños y en los miedos, pero que al fin y al cabo, seguimos nuestro instinto para encontrar un mejor camino, que confiamos en nosotros y los que queremos para reencontrar el rumbo, que seguimos caminando porque está en nosotros esa voluntad de seguir, así como un perro de niebla que saluda, se voltea y se avienta a lo desconocido para desaparecer en paz.
Por: Arnold López
¿Qué te pareció la película querido lector/a? No olvides seguirnos en nuestras redes y te invitamos a escuchar el podcast.
Comentarios
Publicar un comentario